Sumo, uno de los rituales más bellos

Por: Patricia Bohórquez

El Sumo, más allá de ser el deporte nacional de Japón donde luchan dos descomunales hombres provistos de un diminuto cinto, es todo un ritual sintoísta. Data de la época de los samuráis quienes lo usaban como estrategia de defensa. El Sintoísmo es la religión oficial de Japón y la base de esta intrigante disciplina.

El rito previo al combate suelen durar varios minutos, mientras que la lucha dura unos pocos segundos. El cuadrilátero (Dohyō), evoca los elementos de un santuario sintoísta y allí, los luchadores (rikishi) realizan un elaborado ritual: lanzan sal en el suelo para purificar el lugar, enjuagan su boca con agua sagrada, aplauden para convocar a los dioses, y elevan y bajan enérgicamente sus pies para ahuyentar a los demonios que puedan estar merodeando.

El árbitro está vestido como un sacerdote sintoísta. Una vez levanta su abanico, empieza esta lucha cuerpo a cuerpo donde la cortesía, el juego limpio y el respeto son los elementos predominantes. Pierde el primero que caiga o que salga del pequeño círculo de cuatro metros de diámetro, lo cual se consigue por empujes, zancadillas o levantadas; los golpes están prohibidos.

Una vez hay un ganador, ni él ni su rival evidencian muestras de emoción o de decepción, simplemente se hacen una reverencia en señal de respeto. El perdedor deberá abandonar inmediatamente el lugar para no traerle mala suerte a los demás competidores. Mientras tanto, los espectadores van tomando notas sobre cada combate, sentados en el piso, encima de cojines y desprovistos de sus zapatos.

Durante el combate los rikishi usan dos ornamentos: el mawashi que es el cinto que visten, está hecho de seda, mide nueve metros y pesa cuatro kilos. El luchador es envuelto en el mawashi con varias vueltas alrededor de su cintura y es sostenido en la espalda por un gran nudo. El otro ornamento es el oichomage, que es el elaborado peinado y corte de pelo que los luchadores lucen evocando a los samuráis.

Los rikishi suelen ser reclutados desde que son adolescentes. Conviven en Heyas (casas de Sumo) donde están bajo el rigor de una férrea disciplina, jornadas extenuantes de trabajo, exigente entrenamiento físico y por supuesto, una dieta bastante especial. Para ellos, la Heya es su único hogar durante la mayor parte de su carrera, dedicando así su vida entera a la práctica de este antiguo deporte.

Más allá de cuerpos voluminosos, la disciplina, el sacrificio y la religiosidad son las características de estos admirables luchadores quienes en el cuadrilátero, ejercen el más bello de los rituales.

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